Es difícil el adiós. Siempre. Y es más duro cuando uno no quiere que la historia termine. Porque la memoria es la clave. Recordar los buenos tiempos, esos que fueron abundantes y emocionantes. Pasarlos con el dedo como si la mente se convirtiera en un teléfono de última generación. Así, como una generación le da paso a la otra, compartiendo festejos y las lágrimas del final. Marcándole el camino, lo que se debe hacer para ser ejemplo. Cómo sucedió en este proceso.

 

Final para Argentina en el Mundial de España. Con ese dolor del ya no ser… Porque este equipo, esta selección de estrellas, que fue mutando sus actores pero que supo conservar el sentido de pertenencia, perdió en la cancha. Y sólo ahí. Cómo dijo Ginóbili en la conferencia que marcó el comienzo de los entrenamientos, con el conflicto de la CABB en el medio, el legado que dejó este equipo con sus logros es enorme. Pero debe serlo más fuera del juego. Y por eso lucharon. Y lo seguirán haciendo. Porque está en su ADN.

 

Con un segundo tiempo perfecto, Brasil eliminó al equipo de Lamas. Fue la ejecución perfecta de la obra que viene forjando hace años Rubén Magnano. Tal vez, comparable con lo que hizo Argentina en el Mundial de Indianápolis, hace 12 años. El conjunto brasilero está completo, con sus jugadores en estado óptimo. De ellos dependerá.

 

La derrota siempre deja algo. Lo saben los que analizan el deporte desde otra perspectiva. Y esta caída marca la llegada de un nuevo ciclo en la Selección de Básquet. Cada año, cuando llega el turno de competir para el equipo argentino, nos encargamos de decir que presenciamos el último torneo de la Generación Dorada. Y así sucede. Ya sucedió. Por situaciones deportivas, de lesiones o contractuales, el equipo ha sufrido bajas vitales. Pero se ha recompuesto. Ha superado las situaciones con hidalguía y ha mostrado su mejor cara. Seguramente, con algunas derrotas más que en esta última década y media, lo volverá a hacer.

 

No somos adivinos para predecir el futuro. Menos para saber las decisiones que tomaran las personas, próximamente. Tal vez, Manu juegue su temporada final como profesional. Tal vez, no. Sólo él decidirá si quiere vestirse una vez más de celeste y blanco. Pasan los años y el estado corporal de los jugadores es vital. Lo mismo sucederá con Scola, Nocioni, Prigioni y Gutiérrez. Ojalá que Delfino se recuperé, porque su reloj cronológico le permite seguir siendo pieza clave en este recambio. Que comenzó el año pasado en Caracas y que llegó para quedarse después del torneo en España.

 

La vida tiene ciclos. A veces estás arriba, otras abajo. Nos pasa a todos. Y como el deporte no es ajeno a ese círculo que gira, serán tienen difíciles. No, porque este equipo pueda acumular más caídas que triunfos. Sino porque veremos con menos frecuencia a estos personajes que se metieron en el corazón de la gente. En el amante de este deporte o de cualquier otro.  

 

Fin de ciclo. El último baile de la Generación. El título puede variar. Y seguramente, todos apunten al mismo objetivo. Lo que queda claro es simple. El honor. El placer de haber sido contemporáneos de una generación de deportistas únicos. Que nacieron en estas tierras. Que mandaron un mensaje al mundo tan fuerte que hasta los americanos se dieron cuenta que tenían que cambiar para volver a ganar. Hemos sido privilegiados de verlos. Y lo seguiremos siendo. Porque han dejo impreso en la generación que ha llegado algo invalorable. Algo que se construyó desde el deseo y la competitividad. Y estos jóvenes, Facu Campazzo, Marcos Delí, Mata, Safar y el resto, ya conocen ese secreto. Ahora, es tiempo que transiten su camino. Con ese legado.